Juan Luis Berterretche
  Colapso del sistema financiero global
 
Colapso del sistema financiero global


Juan Luis Berterretche

Con el colapso del sistema financiero global y las consecuencias que ese tsunami tiene y tendrá sobre la economía real, el neoliberalismo está ahora bajo juzgamiento de los pueblos.
 

Las medidas tomadas por los gobiernos se basan en una fuerte intervención de los estados nacionalizando bancos y compañías de seguros; prestando-regalando capitales, comprando acciones en baja o hipotecas basura; interviniendo en fusiones o compras de activos; es decir en poco más de un mes de colapso se quebraron todos los tabúes neoliberales. No se sabe todavía con certeza cuantos billones (millones de millones) va a terminar volcando el gobierno estadounidense en ese salvataje; los europeos alcanzaron esta semana la cifra de 2 billones trescientos mil (2,3 millones de millones de dólares). El capital financiero internacional desde su núcleo duro Wall Street-Tesoro-Reserva Federal-FMI 18 y sus comparsas amputó la “mano invisible” del mercado e intervino para preservar la continuidad del dominio del capital financiero sobre la economía mundial.

Pero esto se ha hecho a costa de un enorme desgaste y descrédito del sistema. “Esta no es la crisis final del capitalismo” nos ilustró José Serra -gobernador de San Pablo-, y delfín del gran privatizador Fernando Henrique Cardoso de Brasil, con tono de conjura ante la amenaza. Pero, todo indica que se abre un proceso de revisión de los atropellos y espejismos de esta ideología que, desde los think tank (Mont Pelerin Society en Suiza, el Institute of Economic Affairs en Londres y la Heritage Foundation en Washington) y los premios Nobel de economía (Friedrich von Hayek en 1974 y Milton Friedman en 1976 e incluso el de literatura de 1976 para Saul Bellow discípulo de Strauss y Bloom), pasando por los institutos de la academia (en primer lugar la Universidad de Chicago), terminó dominando todos los equipos económicos de los países “centrales” y sus estados “asociados”.

Es poco probable que los pos socialistas, pos comunistas, pos sindicalistas y pos guerrilleros cautivados por los cantos de sirena de la institucionalidad decidan ahora taparse los oídos y atarse a los mástiles frente a la debacle del sistema. Aquellos que se hicieron social-liberales abrazando el derrotismo político frente al capital (y la conveniencia personal), muy difícilmente acepten una severa cura de dieta institucional.

Pero, la legitimidad del neoliberalismo está cuestionada por los “de abajo” y en América Latina -por lo menos- donde las poblaciones hace más de quince años que resisten con grandes movilizaciones los pillajes del neoliberalismo (expulsaron 11 presidentes neoliberales y derrotaron el ALCA), este colapso no hace más que comprobar lo acertado de la obstinada oposición a la nefasta ideología.

Se acaba el tiempo para los “izquierdistas” indulgentes con el capitalismo y es el momento de definir con claridad alternativas al sistema. No alcanza con una negación del status quo político por más radical que sea, es necesario un programa positivo propio.

La demagogia del crecimiento

El tema central del discurso capitalista es el crecimiento. Toda su demagogia económica se centra en las bondades del crecimiento. Todo debe subordinarse al crecimiento: la desigualdad, el hambre, la miseria, la salud, la vida misma, la naturaleza. Durante siglos vienen afirmando que el crecimiento es el promotor de la felicidad humana. Hay crisis cuando no hay crecimiento. Por eso el índice privilegiado para medir la economía es el Producto Interno Bruto que mide estrictamente las variaciones del volumen de la producción. El discurso capitalista privilegia el crecimiento porque éste tiene una relación directa con la acumulación de capital que es la lógica del sistema. Los economistas que no se subordinan al modelo del capital saben que medir la situación de un país sólo por las variaciones del Producto Interno Bruto puede ser un gran engaño. Menos aún pueden evaluarse las mejoras o retrocesos de las condiciones de vida de la población, guiándose por las subas y bajas de este índice. Veamos un ejemplo extremo: si Brasil talara y vendiera anualmente un 10% de la floresta amazónica, el país experimentaría un monumental crecimiento del PIB, durante una década. Pero esta operación terminaría en un desastre ecológico, económico y social con repercusiones graves para varias generaciones en todo el planeta. El PIB no mide ni descuenta de las ganancias los desastres ecológicos producidos por la explotación capitalista de los recursos naturales.

No necesitamos ejemplificar con hechos de dimensiones tan catastróficas para cuestionar la credibilidad del PIB. En términos de este índice, un marcado crecimiento de los accidentes automovilísticos, tiene como consecuencia un aumento del PIB. Y esto es así por las reparaciones, reposición de auto-partes, pagos de seguros, atención médica, uso de medicamentos, etc. que provocan.

Tampoco las bajas del PIB son indicadoras infalibles de retroceso de las condiciones de vida. Una expansión acentuada de las huertas y pomares familiares, haría descender el PIB pues bajarían las compras de verduras y frutas en supermercados y verdulerías y en consecuencia descendería la producción comercial de alimentos. Al mismo tiempo, mejoraría la salud y el bienestar de aquellos que dejaran de injerir los residuos de agro tóxicos y abonos químicos de las verduras y frutas producidas por los agro-negocios. La desaparición de la industria tabacalera se expresaría en una disminución del PIB. Y la mejora de la salud de la población que esta medida acarrearía, también se expresaría en una rebaja del PIB por la menor demanda de medicamentos y atención médica.

Más falluto todavía es el PIB per cápita que desconoce la desigualdad y distribuye equitativamente el PIB entre la población de un país para obtener un índice que es únicamente una crasa mentira. El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) creó el Índice de Desarrollo Humano (IDH) para medir de una forma más cercana a la realidad la situación de las poblaciones del mundo. Pero, a pesar de medir otros aspectos como el desarrollo en educación y salud, cuando agrega la situación económica utiliza el PIB per cápita, lo que desvirtúa el resultado.

Es imprescindible desmantelar el mito capitalista del crecimiento y elaborar nuevos baremos que midan realmente el bienestar humano y que sirvan entonces para descartar la ganancia -ese júbilo de unos pocos e infortunio de las mayorías- como objetivo económico privilegiado.

Alternativas programáticas

El colapso financiero internacional y la intervención concertada desde Wall Street-Tesoro-Reserva Federal-FMI con los bancos centrales y las bolsas de los socios imperiales de EUA es una trágica ilustración del fracaso del mercado en la concepción liberal. Trágica, porque la fiesta de esos burdeles de agonía que son las bolsas de valores, la pagarán los tres mil millones de personas del planeta sumergidas en la miseria y no los especuladores del capital ficticio. Todas las medidas tomadas tienen como objetivo el salvamento de bancos, compañías de seguros, instituciones hipotecarias y otras instituciones financieras fallidas para cubrir a sus accionistas y administradores. La coartada es “la recuperación de la confianza” en esas instituciones fraudulentas liberadas de cualquier control de sus operaciones. Mientras tanto, los fondos de pensión no son tema de preocupación de los bancos centrales. En Chile el sistema de Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP’s) fue creado en los albores de los 80’, bajo el gobierno militar dirigido por el extinto Pinochet, y se funda sobre un régimen de capitalización individual que echó abajo el modelo de solidaridad generacional de pensiones, existente hasta entonces. Las AFP’s, que corresponden a uno de los puntales del proyecto neoliberal impuesto en Chile, tendiente a privatizar la seguridad social y convertir los ahorros de los asalariados en materia de especulación financiera fue un modelo exportado a toda Latino América. La semana pasada los dirigentes sindicales chilenos alertaron sobre las brutales pérdidas de los ahorros previsionales de millones de chilenos. “Si siguen cayendo, -dijeron- es seguro que cientos de miles de esforzados trabajadores tendrán una vejez miserable.” 19 Esta es una amenaza que rige para todos los trabajadores del continente. La re-estatización de los fondos de pensión sin pérdidas para los trabajadores y la reinstalación de los regímenes de jubilación basados en la solidaridad generacional, es una de las medidas más apremiante frente a la actual crisis. Y uno de los frentes donde iniciar una batalla imprescindible contra el mercado.

En muchos países del continente la ofensiva neoliberal impuso que los servicios públicos fueran privatizados y los bienes naturales comunes se transfirieran a la propiedad privada de las corporaciones transnacionales y las grandes empresas. Hubo una ofensiva contra la salud y la enseñanza pública, contra los planes sociales de vivienda y contra el transporte municipal o estatal. La actual debacle neoliberal nos permite luchar por la estatización y socialización de estos servicios para que sean gestionados por sus propios trabajadores. Es a ellos y a los usuarios que corresponde la decisión sobre la organización, funcionamiento y diseño de los servicios públicos.

La situación también es propicia para la recuperación social de las riquezas comunes: tierra, aire, agua, y energía. Venezuela, Bolivia y Ecuador están dando el ejemplo respecto a la recuperación de la renta petrolera para sus poblaciones. Cochabamba, primero y Uruguay luego con su plebiscito constitucional para impedir la privatización del agua, obtuvieron importantes conquistas populares. En el sur argentino y chileno los mapuches han batallado de todas las formas para recuperar la tierra. En Perú los campesinos están revertiendo el proceso de despojo de sus tierras realizado por los gobiernos neoliberales. Y en todo el continente se libra una batalla por la tierra. A lo largo de la cordillera de los Andes se lucha contra las extractoras de minerales imperialistas que están envenenado las corrientes de agua para robar nuestras riquezas.

Todos estos enfrentamientos entre la recuperación de la propiedad social y la propiedad privada de las empresas y corporaciones, son alternativas concretas al colapso del neoliberalismo.

La implosión de la URSS produjo un total descrédito de las estatizaciones y la planificación de la economía y sirvió para legitimar el neoliberalismo. En medio de ese retroceso surgieron los defensores del socialismo de mercado y los que consideran posible democratizarlo. El mercado es campo de la competencia y la ganancia. No acepta una decisión colectiva de la sociedad sobre qué es necesario producir y de que manera se distribuyen los recursos. Hay una contradicción implícita entre mercado y democracia. El mercado implica una forma autoritaria de organizar la fuerza de trabajo y una forma desigual de distribuir los beneficios. En el mercado domina el mito de que la eficiencia económica exige que en los centros de trabajo rija el autoritarismo de unos pocos que toman decisiones y una mayoría que obedece.

El mercado aplica una verdadera dictadura cuya ”mano invisible” impone la competencia entre los productos y los productores tanto local, nacional como internacionalmente. La competencia implica poner a grupos de trabajadores contra otros trabajadores. El mercado obliga al autoritarismo para las decisiones en los lugares de trabajo a la vez que utiliza la desigualdad en el reparto de las ganancias.

La auto-organización y la auto-gestión democrática en el proceso de decisión respecto a las necesidades humanas y la planificación de la economía, es lo opuesto al mercado.

Como vimos en la primera nota, el mercado privilegia hoy en los países centrales la producción de armamentos desarrollando un complejo militar industrial que significa un tercio de la economía mundial. El mercado -con la intervención de los gobiernos y estados imperialistas- destina una parte cada vez mayor de los recursos materiales y humanos de la sociedad a una producción dedicada a la destrucción y la muerte, tan opuesta a las reales necesidades humanas, que su lógica contiene como propósito extremo la propia destrucción de la humanidad. Y cuando los recursos no se dedican a la destrucción y la muerte se utilizan en el sobreconsumo irresponsable de las elites, que reciben del mercado capitalista la mayor parte de los beneficios del trabajo.

La gestión burocrática de los estados del desaparecido “socialismo real, desacreditaron la planificación frente al mercado. Luego de este colapso financiero se abre, en los pueblos del continente, un espacio para la revalorización de la planificación democrática y autogestionada de los productores como alternativa al mercado y su amenaza a las necesidades y aspiraciones humanas.

La inviabilidad de la división “brazo político” / “brazo sindical”

Un tema que es necesario abordar es respecto al sujeto social y al sujeto político que podría encarar estas tareas contra el sistema. Existe un malentendido histórico respecto a la separación de esos dos sujetos.

En un primer momento pudo pensarse que las crisis desatadas en las últimas décadas que afectaron las centrales obreras en todo el mundo, estaban relacionadas únicamente a la aplicación del “neoliberalismo” y la producción en masa de trabajadores superfluos e informales a partir de los 70. Pero hay también razones más profundas. Nos referimos a la aceptación, desde hace más de un siglo de un paradigma que la historia de los fracasos del siglo XX ha demostrado inviable. Se trata de la división entre “brazo político” y “brazo sindical” que inició la socialdemocracia a fines del siglo XIX y que continuó en los partidos obreros reformistas, sean socialdemócratas, stalinistas, del trabajo, etc.

“El precio pagado (por esa división sindicato-partido) fue el fatal debilitamiento estructural de la potencialidad de lucha del trabajo, causado por la aceptación de las amarras parlamentarias como la única forma legítima de contestar la dominación del capital. En términos prácticos, significó la división catastrófica del movimiento en los denominados “brazo político” y “brazo sindical” del trabajo con la ilusión de que el “brazo político” podría representar, codificando legislativamente, los intereses de la clase trabajadora organizada en las empresas industriales capitalistas por los sindicatos de cada rama del “brazo sindical”. Pero, con el pasar del tiempo, todo aconteció exactamente al contrario. El “brazo político”, a la inversa de hacer valer su mandato político en estrecha colaboración con el “brazo sindical”, utilizó las reglas de juego parlamentarias con la finalidad de subordinar los sindicatos a su favor y a las determinaciones políticas finales del capital, impuestas a través del Parlamento.” 20

“Así, en vez de reforzar políticamente la capacidad de lucha del “brazo sindical” en sus disputas con las empresas, el “brazo político” –en nombre de su propia exclusividad política- confinó los sindicatos a las disputas estrictamente económicas del trabajo. De esa manera, lo que se suponía ser el “brazo político del trabajo” terminó por desempeñar un papel crucial en la activa imposición al trabajo –por la fuerza de la legislación parlamentaria de representación- del interés vital del capital: desterrar la acción sindical políticamente motivada como categóricamente inadmisible en una sociedad democrática” 21

Las organizaciones de “intención revolucionaria” -de alguna forma hay que llamarlas- no cuestionaron este paradigma. Criticaban el reformismo sindical y el cretinismo parlamentario sin comprender que esa división era parte de un triángulo funcional al capital.

Esa división educó a los trabajadores organizados en los sindicatos a no ir mas allá de las reivindicaciones que no ponían en cuestión la dominación del capital y circunscribió la actividad de los partidos obreros reformistas en el parlamento a una aceptación explícita o implícita del comando del capital.

La crisis de las centrales sindicales y el fracaso de los partidos obreros con influencia de masas en las últimas décadas, es el hundimiento de esa división. Es el resultado de persistir en el sostén de ese anacronismo histórico inviable. Los nuevos movimientos sociales que rechazan ceder su representación política a los partidos de “izquierda”, expresan la negación a más de un siglo de fracaso de la división entre “brazo sindical” y “brazo político” que culmina en el parlamento aceptando la jefatura del capital. La acumulación de frustraciones del siglo XX demuestra que el parlamento es el más inocuo escenario para batallar contra el capital. ¿Debemos aceptar las reglas del juego de la democracia burguesa como la escena privilegiada del accionar político del trabajo? Con un sistema político envilecido por la impunidad de la corrupción a todos los niveles y en todos los países; un sistema de partidos que en todo su espectro ha claudicado al neoliberalismo; un cuestionamiento de la mayoría de la población a las instituciones de dominación burguesas-imperialistas -que han llegado al colapso frente al empuje popular-; ¿debemos seguir atados a la manera mediada bajo la forma de lucha política entre partidos? ¿entre cuales partidos? ¿Por qué mantener como sacrosanto el ámbito político parlamentario, ese teatro de sombras chinas de los antagonismos sociales? ¿A quién favorece sino al capital, ese inviolable acuerdo tácito?

Cuando los partidos socialdemócratas o stalinistas pusieron lo social al servicio de la política, en realidad engrillaron los sindicatos a los intereses del capital a través del parlamento. Cuando lo hicieron los partidos de “intención revolucionaria”, mayoritariamente subordinaron lo social a sus ilusorios proyectos de autoconstrucción. Y cuando en algunas excepciones eligieron parlamentarios no pudieron escapar del “círculo mágico” paralizante sindicato/ partido/ parlamento. Tampoco se trata de poner la política al servicio de lo social cayendo en el corporativismo sino de fundir ambas para que las articulaciones y conjugaciones de las aspiraciones y expectativas populares las hagan los mismos protagonistas sociales sin ceder su representación política. Estamos hablando de un sujeto social-político que toma conciencia de sus necesidades y las articula en el plano social y las conjuga en el plano político.

Ese intento de volver a unir el movimiento de los trabajadores en un solo brazo extra parlamentario de un movimiento socialista radicalmente rearticulado no se corporiza en los sindicatos clásicos continentales sino en los nuevos movimientos sociales. Y esa dinámica de volver a reunir lo que nunca debió ser separado es un precioso componente embrionario del nuevo sujeto social que ahora pretende conformarse como un sujeto social-político. Tenemos varios ejemplos de esta nueva realidad en el continente. 22

Alternativas programáticas fieles a los principios socialistas y programas de acción viables y flexibles para la diversidad de fuerzas que comparten los amplios objetivos comunes de lucha. Defensa de todas las conquistas de la democracia formal pero también democratización social de contenido en la producción, en la administración y en la gestión de la sociedad. Unir a los “de abajo” en un movimiento socialista radical extra parlamentario. Esto es lo que nos está reclamando el mundo del trabajo, de los excluidos, de los desamparados para combatir el sistema de acumulación en su crisis crónica.

Isla de Santa Catarina
Octubre de 2008


Notas

18 Wade, R. y Veneroso, E. The Asian Crisis: The High Debt Model versus the Wall Street-Treasury-IMF Complex, New Left Review 228 (1998), pp. 3-23 citados en David Harvey, El nuevo imperialismo Ediciones AKAL SA, Madrid, 2004.

19 Argenpress, http://www.argenpress.info/2008/10/chile-dirigentes-sindicales-de.html

20 Mészáros, István, Para Além do Capital, p. 833-834

21 Ibíd. p. 834

22 Se dan varios ejemplos de organizaciónes social-políticas en Berterretche, Juan Luis, Nuevo Sujeto Social-Político y Ofensiva Socialista, tesis presentado en las Terceras Jornadas Bolivarianas, Universidad Federal de Santa Catarina, Florianópolis, 2006.

 
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